(English in Comments)
Séptimo día en Tokio
Me seguí durmiendo de pie en el tren, de camino a la urbe. Hoy, viendo a todo el mundo más sobado que la lámpara de Aladín, empecé a entender en poco la dinámica ésta de quedarse dormido en el tren. Por un lado, los trenes son tan silenciosos y se mecen con un vaivén tan agustito que parecen diseñados para que todos se duerman. Las paredes tienen pantallas con anuncios publicitarios e información del trayecto y las estaciones, pero el sonido está apagado. Y la voz que anuncia las paradas y demás es generada automáticamente por ordenador así que su letanía resulta de lo más soporífera. Si a eso se le añade que la gente aquí duerme menos que en España y trabajan más que los chinos, lo cual ya es difícil, y que pasan mucho tiempo desplazándose al y del trabajo, pues ya lo tienes. Por ejemplo, se ve que el tiempo libre de los japoneses de Tokio es poco en que algunas chicas no encuentran el menor problema en maquillarse (desde cero) sentadas en el tren de camino al curro a las 7 de la mañana. Eso me dice no sólo el espacio sino también el tiempo es precioso aquí, especialmente por su escasez.
Maki-san me embarcó hoy de nuevo en otra aventura socio-culinaria con sus amigos. Esta vez se trató de una cena de conocidos y conocidos de conocidos de su región natal, Shimane. Nos fuimos a Shibuya, a un restaurante de comida de Okinawa que se llama Shesirs.. Por lo que tengo entendido, el archipiélago de Okinawa, al sur de Japón, es famoso por tener las mayores cifras del mundo de longevidad en su población. La dieta sana de los Okinawenses, quizás junto a su manera más relajada de vivir (por lo que he oído), puede que sean las principales razones. En Okinawa, como en Ogasawara, hay una fuerte cultura del mar y muchísima gente practica deportes acuáticos como el surf o el buceo. También como en Ogasawara hay influencias culturales de otros archipiélagos tropicales de los Océanos Pacífico e Índico. En Okinawa además hay una fuerte cultura indígena, que difiere en muchas cosas de la japonesa tradicional. Todo esto se podía apreciar en el restaurante, su decoración, su música, etc.
La comida fue excelente y la compañía muy interesante. De entre la primera, me quedo con las orejas de cerdo, cortadas en tiras muy finas y salteadas con verdura, un plato típico de Okinawa. Nunca había probado orejas de cerdo y me encantaron. Como en la mayoría de estos platos raros de la cocina japonesa, por muy raros que sean los ingredientes, se les cocina de la manera exacta para que sean fáciles de comer y tengan un sabor delicioso que nada tiene que ver con lo que esperabas. En cuanto a la compañía, fue una noche un poco rara, porque pocos de los presentes se conocían bien, así que la noche estuvo dedicada a compartir experiencias y anécdotas de Shimane, mientras el españolito no tenía más remedio que entretenerse intentando descifrar algunas frases y leyendo el lenguaje corporal de todos. Es lo poco que se puede rascar cuando no entiendes ni papa y no te queda más remedio que ser educado y no sacar un libro para leer. Bueno, ya me vale no ser tan exagerado: entre Maki y una de sus amigas, tuve mis minutillos de conversación en inglés y hasta unas palabrillas en español de los que habían estado en España.
Séptimo día en Tokio
Me seguí durmiendo de pie en el tren, de camino a la urbe. Hoy, viendo a todo el mundo más sobado que la lámpara de Aladín, empecé a entender en poco la dinámica ésta de quedarse dormido en el tren. Por un lado, los trenes son tan silenciosos y se mecen con un vaivén tan agustito que parecen diseñados para que todos se duerman. Las paredes tienen pantallas con anuncios publicitarios e información del trayecto y las estaciones, pero el sonido está apagado. Y la voz que anuncia las paradas y demás es generada automáticamente por ordenador así que su letanía resulta de lo más soporífera. Si a eso se le añade que la gente aquí duerme menos que en España y trabajan más que los chinos, lo cual ya es difícil, y que pasan mucho tiempo desplazándose al y del trabajo, pues ya lo tienes. Por ejemplo, se ve que el tiempo libre de los japoneses de Tokio es poco en que algunas chicas no encuentran el menor problema en maquillarse (desde cero) sentadas en el tren de camino al curro a las 7 de la mañana. Eso me dice no sólo el espacio sino también el tiempo es precioso aquí, especialmente por su escasez.
Maki-san me embarcó hoy de nuevo en otra aventura socio-culinaria con sus amigos. Esta vez se trató de una cena de conocidos y conocidos de conocidos de su región natal, Shimane. Nos fuimos a Shibuya, a un restaurante de comida de Okinawa que se llama Shesirs.. Por lo que tengo entendido, el archipiélago de Okinawa, al sur de Japón, es famoso por tener las mayores cifras del mundo de longevidad en su población. La dieta sana de los Okinawenses, quizás junto a su manera más relajada de vivir (por lo que he oído), puede que sean las principales razones. En Okinawa, como en Ogasawara, hay una fuerte cultura del mar y muchísima gente practica deportes acuáticos como el surf o el buceo. También como en Ogasawara hay influencias culturales de otros archipiélagos tropicales de los Océanos Pacífico e Índico. En Okinawa además hay una fuerte cultura indígena, que difiere en muchas cosas de la japonesa tradicional. Todo esto se podía apreciar en el restaurante, su decoración, su música, etc.
La comida fue excelente y la compañía muy interesante. De entre la primera, me quedo con las orejas de cerdo, cortadas en tiras muy finas y salteadas con verdura, un plato típico de Okinawa. Nunca había probado orejas de cerdo y me encantaron. Como en la mayoría de estos platos raros de la cocina japonesa, por muy raros que sean los ingredientes, se les cocina de la manera exacta para que sean fáciles de comer y tengan un sabor delicioso que nada tiene que ver con lo que esperabas. En cuanto a la compañía, fue una noche un poco rara, porque pocos de los presentes se conocían bien, así que la noche estuvo dedicada a compartir experiencias y anécdotas de Shimane, mientras el españolito no tenía más remedio que entretenerse intentando descifrar algunas frases y leyendo el lenguaje corporal de todos. Es lo poco que se puede rascar cuando no entiendes ni papa y no te queda más remedio que ser educado y no sacar un libro para leer. Bueno, ya me vale no ser tan exagerado: entre Maki y una de sus amigas, tuve mis minutillos de conversación en inglés y hasta unas palabrillas en español de los que habían estado en España.