(English in Comments)
Quinto dia en Tokyo
El fin de semana se fue y el Lunes se presentaba lleno de posibilidades: compras, registrarme en la embajada, hacer turismo, etc. Sin embargo, las ganas de salir temprano y hacer miles de cosas no las compartió mi motor de 4 válvulas, que se levantó algo frío y le costó arrancar. A media mañana vine a liarme la manta a la cabeza y arranqué al centro.
No he dicho mucho acerca del jet-lag, pero sin duda, mi caso no fue muy habitual, teniendo en cuenta que casi no dormí durante dos días antes de venir a Japón. De cualquier modo, seguro que lo sufrí, aunque no me quedó del todo claro el cómo. Por ejemplo, en los trenes, me quedaba frito HASTA DE PIE. Eso para mí es bastante inconcebible en otra situación. Pero lo gracioso del tema es que el 50 por ciento de los japoneses que usan el tren metropolitano se quedan fritos y refritos como buñuelos en los calentitos asientos del tren, y algunos hasta de pie, demostrando un equilibrio perfecto dormidos en posición vertical. Así que no me queda claro si lo mío era jet-lag o simplemente modorra nipona. Y el caso es que por las noche dormía perfectamente. Dicen que el jet-lag dura un día por cada hora de diferencia: en mi caso serían 9 días. En fin, que no me queda claro.
Pues eso, que salí de casa, me senté en el tren y me quedé más tieso que un palo de escoba. Pero como no había quedado con nadie, no importaba pasarse de estación. Fui de tiendas principalmente, y como necesitaba algunas cositas para mi iBook, decidí ir a la Apple Store de Ginza. Y claro habiendo estado en las tiendas Apple de Tenerife y Madrid, llego a la de Ginza y descubro lo que es una tienda Apple. Me interesó mucho la sala de seminarios de la 5 planta(¿) en que se hacía una demostración del uso de un software. La planta de accesorios era también impresionante.
Había oído bastante acerca de Ginza y estaba intrigado por conocer una de las zonas de compra más selecta de Tokio. A su vez, es uno de los distritos más fáciles de recorrer por el trazado perfectamente cuadriculado de sus calles y su manejable tamaño. Vi un par de restaurantes españoles y abundantes tiendas de marcas conocidas y de cualquier modo, caras. La escasez de placas con nombres de calles en Tokyo (comparado con Europa) es menos patente en Ginza, donde algunas de las principales tienen sus nombres visibles colgados cerca de los semáforos. Lo que sí que son patentes son los anuncios en pantallas sobre la fachada de los edificios y su sonido a todo trapo.
Por la tarde Maki-san me invitó a una clase de ikebana en la zona de Ogikubo, cerca de su casa. Su escuela de ikebana es una pequeñísima y vieja sala arrendada que se usa dos veces en semana para las clases. Está situada en un segundo piso, justo encima de una floristería. Yo, la verdad, es que iba un poco cagado por que sabía que la profesora es una de las mejores de su escuela y porque no tenía ni la más pajorera idea de arreglo floral y menos japonés. Sin embargo, la clase fue de lo más amena y todo el mundo fue amabilísimo. Las alumnas eran 4 y el único varón y extranjero era el menda lerenda, je, je. Primero fuimos a elegir las flores a la tienda y luego la profesora me instruyó a arreglarlas de acuerdo a mi intuición y a unos preceptos muy básicos que creo que entendí más o menos. El ikebana es toda una ciencia y un arte al mismo tiempo, y no es nada fácil, especialmente, cuando lo que busca es la sencillez. Tras unos primeros momentos de sentirme como un elefante en una cristalería, empecé a relajarme e ... hice lo que pude, ;-) El estilo de la clase es muy interesante: parece primordial que uno busque las flores, la distribución y la sensación con la que uno se quiere quedar ese día, el resto es seguir las reglas básicas del ikebana. Pero aunque sean “básicas” no son para nada sencillas. Con todo, mi arreglo fue un poquillo desastre, pero con la ayuda de la profe, se arregló un poco y quedó bastante decente En el descanso tomamos té verde y unas pastas buenísimas que la profesora, Morishige-sensei, trajo para todos. Luego un poco más de trabajo y al final, nos pusimos a charlar sobre Ogasawara (recurso perfecto y recurrente para una conversación en Tokyo).
Mi arreglo, arreglado por la profesora.
Quinto dia en Tokyo
El fin de semana se fue y el Lunes se presentaba lleno de posibilidades: compras, registrarme en la embajada, hacer turismo, etc. Sin embargo, las ganas de salir temprano y hacer miles de cosas no las compartió mi motor de 4 válvulas, que se levantó algo frío y le costó arrancar. A media mañana vine a liarme la manta a la cabeza y arranqué al centro.
No he dicho mucho acerca del jet-lag, pero sin duda, mi caso no fue muy habitual, teniendo en cuenta que casi no dormí durante dos días antes de venir a Japón. De cualquier modo, seguro que lo sufrí, aunque no me quedó del todo claro el cómo. Por ejemplo, en los trenes, me quedaba frito HASTA DE PIE. Eso para mí es bastante inconcebible en otra situación. Pero lo gracioso del tema es que el 50 por ciento de los japoneses que usan el tren metropolitano se quedan fritos y refritos como buñuelos en los calentitos asientos del tren, y algunos hasta de pie, demostrando un equilibrio perfecto dormidos en posición vertical. Así que no me queda claro si lo mío era jet-lag o simplemente modorra nipona. Y el caso es que por las noche dormía perfectamente. Dicen que el jet-lag dura un día por cada hora de diferencia: en mi caso serían 9 días. En fin, que no me queda claro.
Pues eso, que salí de casa, me senté en el tren y me quedé más tieso que un palo de escoba. Pero como no había quedado con nadie, no importaba pasarse de estación. Fui de tiendas principalmente, y como necesitaba algunas cositas para mi iBook, decidí ir a la Apple Store de Ginza. Y claro habiendo estado en las tiendas Apple de Tenerife y Madrid, llego a la de Ginza y descubro lo que es una tienda Apple. Me interesó mucho la sala de seminarios de la 5 planta(¿) en que se hacía una demostración del uso de un software. La planta de accesorios era también impresionante.
Había oído bastante acerca de Ginza y estaba intrigado por conocer una de las zonas de compra más selecta de Tokio. A su vez, es uno de los distritos más fáciles de recorrer por el trazado perfectamente cuadriculado de sus calles y su manejable tamaño. Vi un par de restaurantes españoles y abundantes tiendas de marcas conocidas y de cualquier modo, caras. La escasez de placas con nombres de calles en Tokyo (comparado con Europa) es menos patente en Ginza, donde algunas de las principales tienen sus nombres visibles colgados cerca de los semáforos. Lo que sí que son patentes son los anuncios en pantallas sobre la fachada de los edificios y su sonido a todo trapo.
Por la tarde Maki-san me invitó a una clase de ikebana en la zona de Ogikubo, cerca de su casa. Su escuela de ikebana es una pequeñísima y vieja sala arrendada que se usa dos veces en semana para las clases. Está situada en un segundo piso, justo encima de una floristería. Yo, la verdad, es que iba un poco cagado por que sabía que la profesora es una de las mejores de su escuela y porque no tenía ni la más pajorera idea de arreglo floral y menos japonés. Sin embargo, la clase fue de lo más amena y todo el mundo fue amabilísimo. Las alumnas eran 4 y el único varón y extranjero era el menda lerenda, je, je. Primero fuimos a elegir las flores a la tienda y luego la profesora me instruyó a arreglarlas de acuerdo a mi intuición y a unos preceptos muy básicos que creo que entendí más o menos. El ikebana es toda una ciencia y un arte al mismo tiempo, y no es nada fácil, especialmente, cuando lo que busca es la sencillez. Tras unos primeros momentos de sentirme como un elefante en una cristalería, empecé a relajarme e ... hice lo que pude, ;-) El estilo de la clase es muy interesante: parece primordial que uno busque las flores, la distribución y la sensación con la que uno se quiere quedar ese día, el resto es seguir las reglas básicas del ikebana. Pero aunque sean “básicas” no son para nada sencillas. Con todo, mi arreglo fue un poquillo desastre, pero con la ayuda de la profe, se arregló un poco y quedó bastante decente En el descanso tomamos té verde y unas pastas buenísimas que la profesora, Morishige-sensei, trajo para todos. Luego un poco más de trabajo y al final, nos pusimos a charlar sobre Ogasawara (recurso perfecto y recurrente para una conversación en Tokyo).
Mi arreglo, arreglado por la profesora.